Para comprender bien la doctrina de la multiplicidad de los estados del
ser, antes de toda otra consideración, es necesario remontar hasta la
noción más primordial de todas, la del Infinito metafísico, considerado
en sus relaciones con la Posibilidad universal. Según la significación
etimológica del término que le designa, el Infinito es lo que no tiene
límites; y, para guardar a este término su sentido propio, es menester
reservar rigurosamente su empleo para la designación de lo que no tiene
absolutamente ningún límite, con la exclusión de todo lo que está
sustraído sólo a algunas limitaciones particulares, aunque permanece
sometido a otras en virtud de su naturaleza misma, a la cual estas
últimas son esencialmente inherentes, como lo son, desde el punto de
vista lógico, que no hace en suma más que traducir a su manera el punto
de vista que se puede llamar ''ontológico'', los elementos que
intervienen en la definición misma de aquello de lo que se trate. Este
último caso es concretamente, como ya hemos tenido la ocasión de
indicarlo en diversas ocasiones, el del número, del espacio, y del
tiempo, incluso en las concepciones más generales y más extensas que sea
posible formarse de ellos, y que rebasan con mucho las nociones que se
tienen ordinariamente a su respecto; en realidad, todo eso no puede ser
nunca más que del dominio de lo indefinido. Es a este indefinido al que
algunos, cuando es de orden cuantitativo como en los ejemplos que
acabamos de recordar, dan abusivamente el nombre de ''infinito
matemático'', como si la agregación de un epíteto o de una calificación
determinante a la palabra ''infinito'' no implicara ya por sí misma una
contradicción pura y simple