Ha pasado casi un siglo desde que los países centroeuropeos dominaban el
fútbol al más alto nivel. En ese tiempo, casi todo ha cambiado: los
estilos, los sistemas de entrenamiento y, quizá lo más importante, la
industria que rodea al juego. Sin embargo, la idea del fútbol como
negocio tiene orígenes lejanos, que se remontan a los años en que las
primeras estrellas del firmamento futbolístico europeo se establecieron
en los rectángulos verdes más famosos del continente. Todas las épocas
han sido ricas en equipos y campeones que han dejado una huella
indeleble en el deporte más popular del mundo.
Si en los años posteriores a la Gran Guerra la fama de los mejores
futbolistas europeos era un fenómeno puramente urbano, en los años
siguientes, en virtud de un escenario totalmente rediseñado, se hizo
transversal y comenzó a extenderse, primero a nivel nacional y luego
internacional. Se hizo casi automático asociar el rostro de un
futbolista con el de un país: Giuseppe Meazza con Italia, Matthias
Sindelar con Austria y Györgi Sárosi con Hungría.
Eran los máximos exponentes de un deporte fuertemente contaminado por
las vicisitudes políticas y diplomáticas de la época, una etapa que
reunía a protagonistas que, directa o indirectamente, habían sufrido las
consecuencias de un conflicto cuyas heridas permanecían frescas. En ese
marcó nació y se desarrolló la Copa Mitropa, el antecedente de la
Champions League, en ese conflictuado escenario de entreguerras. Tan
conflictuado que fue el inminente rumor de los cañones el que silenció
el discurso de la pelota. Mientras se jugó, entre 1927 y 1940, se
alternaron momentos de absoluta deportividad con fases más
convulsionadas debido a la inestabilidad política que se cernía sobre el
continente y que, de manera inevitable, se reflejaba en los terrenos de
juego. Y esa historia es la que se relata en este libro.